lunes, 28 de diciembre de 2015

Felicidades.

Felicidades, bala perdida,
porque tú me has escrito
sin haber cogido un bolígrafo
para escribir poesía
jamás.

Felicidades,
a ti que enseñas que
los naufragios solo merecen la pena
con aquellas personas
que nosotros creemos que la merecen
-y, a veces, no hay más ciego
que el que no quiere ver-.

Tú,
que has querido beber
sediento de deseo
de la boca de la primera que
ha brillado en tus ojos por unos instantes,
que bailaba sobre sus zapatos
con esas piernas que parecían infinitas
mientras la canción se hacía demasiado corta,
esa mujer que te ha sonreído un poco más
de lo que debería.
Pobre,
pagará el infierno el resto de sus noches
por una sola recorriendo el paraíso
de tus labios.

Felicidades,
sí, felicidades a ti
que has sabido hacer de las noches
un eco insoportable
de lo que dejamos sin hacer
pese a quererlo más que nada.

Tú que me has enseñado
a ver la derrota
en los ojos de cualquiera
que se haya destrozado la vida
con los tuyos.

Felicidades,
esta vez
el mérito es tuyo.

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