lunes, 11 de mayo de 2015

Un placer disparar.

Ha pasado poco más de un mes y sigues deambulando por las calles de su mano.
Han pasado días interminables donde tu ausencia ha latido estrepitosamente, dejándose caer sobre mi fortaleza, la misma que construí con mis manos para no dejarle paso a la guerra que habías construido tú sólo con el rencor que otros te habían enseñado a ganar.
Dónde se habrán quedado todas las ganas de hacer las paces contigo, porque ya no me importa vivir en una guerra interminable- siempre y cuando no sea con tu recuerdo-.
Fuiste el cielo entero en mis manos- con sus nubes, su sol y la felicidad de sus pájaros a primera hora del día- y ahora sólo eres un pedacito de tierra mojada. De lo que eras ya no quedan más que escombros y un poco de barro.

Después de todo, puedes gritar todo lo que quieras porque yo ya no te escucho -ni tengo tiempo para hacerlo-.
Se acabaron las noches en vela tratando de averiguar la manera de coser tus alas para que al día siguiente pudieses volar como si nada te hubiese atropellado la vida. Tú eras el que me la atropellaba a mí.
Se ha acabado la magia y han empezado los conjuros de malas miradas y  los trucos de cómo esquivarnos en todas las esquinas. Ya no sale un conejo de la chistera porque lo has cambiado por un cuervo negro que sería capaz de arrancarme los ojos si me atreviese a mirar los tuyos. Yo he transformado la varita en un bolígrafo para dejar de rasgarme las heridas cuando escuecen y escribir.

La próxima granada en tu cuenta, por favor.
La próxima salida de emergencia en mi cuenta, por favor.

Cuando haya que disparar, ya me pongo yo detrás del gatillo. Y no te preocupes, esta vez no me va a temblar el pulso. Olvidar es disparar la primera bala. Disparar es dejar ir los abrazos que un día te hicieron olvidar otras balas.

Nos olvidamos y disparo.
Mucho gusto.


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